sábado, 27 de abril de 2013

23


Cecilia entra en la habitación centenaria mascando en chasquidos, busca ese juguete especial antes de nunca volver. Está sola sobre el parqué, sin muebles, iluminada por tres bastoncitos de miasma que se cuelan por entre las ventanas altas.
Ella cruza el primer jirón de luz en pasos crujientes. El piercing de cristal en su nariz proyecta un charco plateado por un segundo en el techo, pero no lo ve. Sus ojos aún se clavan en la sutil opacidad.

Otro bastón la llama, es un hueco claro en la impercepción y lo saborea casi sin respirar. Camina suave, sus labios algo abiertos consumen el chorro blanquísimo. Se agacha para besar todo el rayo hasta llegar a la base. Ese agujero en la parte baja de la pared que roza una y dos con los parpados cerrados, blandos. Empuja con su lengua el chicle hasta quedar flácido sobre el orificio ahora ciego.

Gime cada paso la madera bajo sus botas, las piernas largas se abren y les cuesta brillar.
El tercer bastón golpea su nariz pero no la rompe, rebota en el prisma nasal hacia la puerta y cuando lo busca, el charco gotea en el techo hasta acabar en sus ojos.
Con ironía, toma tu momento mientras se aleja ¡Sos su juguete especial!